Problemas de la iglesia, México y el mundo.
La solución, a todos estos problemas, requiere entre otras cosas, unidad, la cuál tristemente se encuentra persistentemente lejana.
Hoy, en esta época, tenemos tan a la mano tanta información, y oportunidades de sentirnos "eruditos", "intelectuales", expertos en todo (sobretodo en las redes sociales), que ahí donde debería estar el área de oportunidad, hallamos en cambio, la piedra de tropiezo.
En una segunda parte, hablaré un poco más de actitudes, creencias y/o agravantes de los problemas que enfrentamos, por ahora me enfocaré en uno, que me parece doloroso: El problema de la autorefenciación.
He conocido, gracias a Dios, mucha gente, he tratado de aprender de todos. Intencionalmente, desde muy temprana edad, procure entablar amistad con personas mucho mayores que yo. Disfrutaba mucho las conversaciones con mi maestra de piano, por ejemplo. Cuando mi oportunidad con sus amigos, que también eran de la tercera edad. Las personas de la tercera edad siempre han sido mis favoritas, pre procurado ser amigable con todos, porque siempre he deseado aprender de todos.
Estoy convencido de que esto, alimentó, las ideas que siempre me ha movido desde la juventud.
Entre las personas que he conocido, me ha tocado conocer personas cuya formación o cuyos conocimientos me fascinaban pero sus actitudes me causaban gran desconcierto.
Ha sido muy triste para mí, que estas personas las haya conocido en la iglesia. He sido consciente de esta actitud que siempre me ha incomodado, cuyos efectos negativos he comprobado, pero desconocía cómo llamarle.
Hasta hace unos días que escuché una charla entre la mamá teologa y un psicólogo católico. Entonces por fin entendí cómo se llama esta actitud y por qué es que resulta contraproducente.
No voy a decir nombres por obvias razones, pero si voy a señalar qué es lo que me incomoda. Estas personas sin lugar a dudas son personas con un amplio conocimiento, con muchas experiencias innegables, razón por la cual su plática me resultaba o incluso resulta, atractiva. Sin embargo tarde o temprano se llega a un punto en el que en un afán de compartir también mis lecturas, reflexiones y también otras charlas con otras personas, me termina sucediendo que la persona con la que hablo tiene alguna crítica para el libro, el apostolado o la otra persona de la que hable.
Sucede a estas personas, que se han procurado cierta formación basada en lecturas de libros católicos, pero carecen de dirección espiritual o bien de una buena dirección espiritual. y cuando digo una buena dirección espiritual hago el énfasis en estas mismas personas y no en quién les dirige.
En la dirección espiritual, es importante ser honesto, reconocer los propios defectos, no adecuar lo que digo a modo de siempre justificarme. Es de esta manera en la que mi director espiritual puede orientarme, corregirme o señalarme los aspectos que debo mejorar. Pero si acomodó el discurso de manera que siempre quede como un héroe o como un santo, aunque el director espiritual no se la crea, difícilmente y por respeto o por prudencia me va a llevar la contraria.
Sospecho entonces que estas personas o no tienen dirección espiritual o no la saben aprovechar.
Total que según su formación van adoptando una rigidez que confunden con radicalidad evangélica, cuando en realidad, en no pocas ocasiones, no es nada más que soberbia y hasta fanatismo, que desembocan en falta de caridad, falta de comprensión, falta de empatía y mala memoria (puesto que todos hemos pecado, todos somos grandes pecadores y aunque nos cueste entenderlo, los otros hermanos y hermanas de la comunidad al igual que nosotros están en la búsqueda) y estas personas parecieran olvidar de dónde la sacó el Señor.
A fin de cuentas estas personas, tienen criterios tan rígidos, están mezclados de escrúpulos, que finalmente nadie está a su altura y como consecuencia lógica termina siendo ellos mismos el punto de referencia.
Otras personas, no son tan estudiosas, en cambio son muy fervorosas, y no hay quien se les compare, a estas les pasa lo mismo que a las otras, se vuelven punto de referencia de la cantidad de oraciones y devociones que supuestamente un católico debiera practicar.
Los unos y los otros terminan viviendo en un narcisismo lamentable, sólo ellos orán lo suficiente, sólo ellos leen lo suficiente, sólo ellos saben lo suficiente, sólo ellos practican la verdadera religión, ni por asomo sospechan que ha sido engañados.
Que dura será la caída cuando descubran que sólo eran vanidad, orgullo y soberbia, disfrazados de la más alta santidad.
... continuará
MEJÓRAM
12/10/2020
